viernes, 12 de junio de 2009

LOS LABIOS DE DALI




La luz del sol cruzaba burlona el vidrio grueso de la ventana fija del hotel.  A esa hora de la mañana, nuestros cuerpos desnudos después del sexo transitorio, se movían como en un escenario de papel crepé, muy frágil e incómodo.  Había que vestirse, salir al sol, a la calle, a la realidad.
Esta vez no fue gloriosa, como las anteriores. Andrés falló, su sexo orgulloso naufragó en medio del viaje de placer, y la mañana espléndida de verano fue testigo indiferente de su humillación.  Yo trataba de disimular la decepción, el mal humor.  No quería ver el jacuzzi sin usar, ni el sofá con forma de labios rojos.
Me senté de espaldas a todo, al borde de la cama, a ponerme las sandalias.  De pronto, Andrés dijo:
-No encuentro el forro, ¿qué hiciste? ¿te lo guardaste?
-¡No!, lo tiré a la basura

Lo miré sin creer lo que había escuchado.  Creo que me puse roja de vergüenza, o de rabia.  No podía entender una reacción tan absurda.  Al final me reí.
-¿Vos estás loco?
-¿No te lo habrás guardado para tener un hijo mío?
-¡Pero no!. Basta. Andá a fijarte al tacho de la basura. ¡No puedo creerlo! por una vez, estás más loco que yo. Vámonos, por favor.

Como casi siempre, no dijo nada más.  Nos conocíamos bien. No era hombre de andar gastando palabras. Cerramos la puerta de la habitación.  Bajamos la escalerita en silencio.  Qué lindo lugar. Estilo loft. No lo aprovechamos lo suficiente. Subimos a su auto.  Siempre me pregunté cuántos hoteles conocería ese auto. Tomamos la primera salida de la autopista, a la derecha.  Mientras saltábamos lomos de burro por una calle semi rural, camino a nuestro pequeño universo de casas modernas y jardines verdes perimetradas por una frontera de alambre electrificado, escuché la última explicación de la mañana.
-Tengo que decirte una cosa, Andrea está embarazada.
-Me lo imaginaba
-¿Por qué?
-Porque sí, lo sabía.

No hablamos más en todo el viaje.  Así quedaba redimida su masculinidad.  Una poderosa razón espiritual, había impedido que Andrés luciera toda su potencia sexual.  Yo debía ser comprensiva.  Eso era lo que él necesitaba.
Me quedé callada.
-Si, yo tendría un hijo contigo.  En otra situación.
No lo dije.

Entonces parecía el final. Pero no.  Algunos finales parecen el horizonte de la carretera:  está ahí nomás, avanzamos un poco, y sigue estando allí adelante.  Las imágenes movidas al costado del camino, quedan atrás.  Nosotros corremos y no llegamos, sólo vemos cambiar el paisaje.
Algunos años después, nos saludamos desde nuestros autos.  Tenemos autos más grandes, casas ampliadas. Tenemos varios hijos, cada uno.  Todos son rubios, todos son hermosos, todos son felices.  A veces no se sabe quién es hijo de quién.