miércoles, 28 de julio de 2010

En el archivo

Una noche que nunca podré olvidar, estaba en mi cama leyendo el libro que me había comprado en una librería de usados, una edición hermosa, fuerte, y en perfecto estado de los cuentos completos de Poe. De a poco el sueño me fue ganando y sin saber cómo me encontré en mi nuevo trabajo. Buscaba papeles perdidos en un archivo enorme, entre carpetas polvorientas, cuando de pronto una sombra fría me sobresaltó.
Tan rápido como apareció se fue. Yo quedé petrificada y cuando me repuse de la sorpresa decidí salir a buscar a la figura fantasma que la produjo.
Me escondí detrás de una estantería. Lo que ví me dejó muda, y el escalofrío vuelve a recorrer mi alma todavía hoy, al escribir estas palabras. Una mujer translúcida, estaba parada entre los ficheros, con aspecto de preocupación. Parecía buscar algo muy importante, desde hacía mucho, mucho tiempo, tanto que no se había percatado que ya su cuerpo no tenía consistencia, que se había desintegrado y fundido con los millones de moles de átomos del universo. No supe si estuve ahí mirándola diez segundos o dos horas. El tiempo pareció detenerse, hasta que ella bruscamente levantó la mirada y me miró directamente, con unos ojos brillantes como gemas verdes. Su rostro era palidísimo. Instantáneamente me sonrió, y logró aflojar el pánico que había tomado mi interior.
Sus palabras fueron las más inesperadas que escuché en mi vida: ¨¡ Qué suerte!¨. Intenté hablar, y mi voz apenas se podía oír. Me faltaba el aire.
Antes de que yo lograra hablar, volví a escuchar su voz, que parecía salir del fondo de un mar profundo. ¨Ahí está mi libro, ¡lo tienes tú!¨ .
La sorpresa me hizo abrir los ojos. Estaba en mi cama, con el viejo libro sobre mi pecho. Me incorporé bruscamente, y leí la dedicatoria, escrita con tinta negra: ¨Para mi amada Amalia, que mi amor, como este libro, te acompañen de aquí a la eternidad. Tuyo, José¨ .

martes, 13 de julio de 2010

Desde el asiento de atrás

Durante toda mi vida de niña, adolescente y hasta casi los treinta, me tocaba siempre viajar en el asiento trasero del auto. Estaba acostumbrada al paisaje de las ventanas del costado, y a apoyar los codos en los asientos delanteros, inclinando el cuerpo como para acercarme a los líderes. Incluso el acompañante me parecía un lider. Los asientos delanteros eran para la gente que salía de su casa en auto. A mí me pasaban a buscar por algún lugar del camino, así que siempre me tocaba el asiento de atrás. No viví en una familia que tuviera auto, casi puedo decir que no viví en una familia exactamente sino en un conglomerado de familiares. Me gusta la palabra ¨relative¨, porque los familiares son tan relativos. DIgo, no tuve auto propio durante treinta años de mi vida. Cuando mi novio compró uno, empecé a vivir la vida desde el asiento delantero. justo en la época en la que también viví en el asiento delantero de mi destino. Parecía que llevaba el volante, confiada, segura. Tenía un camino delante mío por recorrer.
Pero ahora tengo auto propio, estoy al volante horas por día, tengo la extraña sensación de que si hay algo que no manejo es mi destino. Seré capitana de mi alma?