jueves, 18 de octubre de 2012
rendidos
tensan la noche los zumbidos inciertos
atraviesan el silencio como agujas
a la tela de la vida,
opuesto de soledad acompañada
aislados por el cansancio, respiramos
cada cual
a su ritmo
miércoles, 3 de octubre de 2012
La tabla rasa
Cuando me desperté en mi cama esta mañana, mis piernas ya no llegaban hasta el final del colchón, me incorporé de la cama pero cuando quise bajar, tuve que saltar del muro inmenso en el que me encontraba. La mesa de luz estaba llegaba a la altura de mi cabeza, y el techo se encontraba mucho más arriba que la noche anterior. No pude alcanzar el botón de la cisterna ni las canillas del lavatorio en el baño al salir, demasiado lejanos. Y después, en el vestidor, los zapatos me quedaban grandes y la ropa parecía imposible de descolgar de sus perchas, como disfraces enormes de alguien que ya no soy yo. Todo estaba oscuro porque no pude prender la luz aunque salté inútilmente para alcanzar el interruptor. Mi marido y mis hijos dormían y aunque yo gritaba nadie se movía de la cama, y cuando intenté sacudirlos me resultaron tan pesados como una roca inmóvil. Nada ya dependía de mi. Todos siguieron durmiendo.
Para hacerme el desayuno tuve que subirme a un banco y sacar la leche de la heladera, se me derramó un poco pero no me importó. Arrastré el banquito hasta el aparador para sacar el café y el azúcar pero de pronto me dio ganas de desayunar nesquik. Entre idas y venidas con el banco, desparramé de todo por el piso de la cocina. Y también en la mesada al intentar poner la leche en el microondas. Y ya no supe qué tenía que marcar, ¿130, 30, 330? todo parecía lo mismo. Mi mundo se había encogido, mis conocimientos se habían evaporado. Ya no sabía todo lo que supe antes. No sabía nada más. Ya no era una tabla rasa, ahora era una tabla gastada, con las letras despulidas. Miré mi reflejo en la puerta del microondas. La imágen desdibujada y encogida me permitió entender lo que pasaba. Lo que había cambiado no era yo, era la idea de mí misma. Habré sido alguna vez tan grande como creí. O siempre fui esta miniatura y nunca me dí cuenta. Después de verme realmente, respiré serena, sin alegría, y un poco desesperanzada. Era hora de despertar a la familia.
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