Pasados
Ya había entrado a tantas casas, en tantos barrios, que no le ví nada de especial a ésta, encerrada entre otras dos casas iguales a ella: los mismos balcones, las mismas puertas, sólo un farolito al lado del timbre le daba un detalle diferente y exclusivo entre sus semejantes. Al abrir la puerta, percibí ese aire añejo y desteñido de los lugares que guardan recuerdos entre sus paredes, aunque los habitantes y los muebles ya no convivan bajo ese techo. Sentí al caminar por el corredor, como que interrumpía una reunión confidencial entre los pasados más y menos remotos, donde el presente quedaba excluído. El lugar estaba completamente vacío, pero yo lo sentía repleto de recuerdos invisibles. El sol se abría paso a través del polvo denso de las ventanas, y pensé que quizás era su calor que mantenía la atmósfera en estado de vigilia. Pero entonces advertí un objeto oscuro
en el piso, a mi izquierda, apenas fuera del perímetro de luz sobre la madera opaca; era un reloj de péndulo con tapa de cristal, rectangular, con números romanos y unas agujas largas y trabajadas, que marcaba las cuatro y tenía la puerta abierta. Así fue que supe de dónde había escapado el tiempo que vivía en esa casa.
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