Paso siempre por ahí, el boliche sigue al fondo de la cuadra, pintado de blanco, cerca de la avenida. Casi nunca miro para ese lado. Pero cuando por casualidad lo veo, me encuentro sin querer, otra vez repasando ese instante en el que dimos vuelta la página y cerramos el libro, ese minuto en que nos cruzamos y nos miramos con los ojos tristes y descubrimos que ninguno había tenido el coraje de intentarlo. Como un enlace químico estable es superado por un ión atrevido sólo por un rato, hasta volver a estabilizarse.
Aquella noche nos íbamos a juntar con otros amigos de la oficina a festejar el cumpleaños de Javier. En un boliche, grande, oscuro. Fin del verano. No necesitábamos ir cada uno con su pareja. Estaba permitido ir solos. Durante la tarde te pregunté y no sabías, yo te dije que no sabía tampoco. Y quedamos los dos sin saber, en el histeriqueo de siempre. Me fui a casa. Me duché para refrescarme. Después me tiré en la cama a pensar. Qué ponerme, qué hacer. Tenía un pantalón nuevo, negro, que me quedaba perfecto. Me miraba al espejo y me veía bien. Arriba me puse una musculosa muy fina y una torera negra de gasa transparente, con unos bordados de flores negras. Todo fácil de sacar. Sandalias de terciopelo negro, y mi perfume nuevo, l´eau d´Ysey.
No quería pensar en cómo iba a ir vestida ella. Aunque estuviera gorda, tenía unas tetas magníficas. No como las mías. Porque yo sabía, temía que la ibas a llevar. Y a mí no me quedaba más remedio que llevar a Santiago. No podía imaginarme algo peor que ir sola y encontrarte acompañado. Si mantenía la dignidad, me perdía la última oportunidad de salir una noche contigo. Porque no hubo otra.
Y llegamos con Santiago y ya estaban haciendo cola para entrar, Nadia, Andrés, Mauricio, Daniela y algunos más. Nos paramos con ellos, empezamos a hacer bromas. Siempre había alguien de quién reírse, el peinado de la que pasó adelante. El culo de la de minifalda negra. Siempre con esos chistes impresentables de Leo. De pronto las risas cambiaron de tono por sorpresa, aaaay, nooo, escuché. Y me dí vuelta. Ahí estabas vos, con ella, la tenías abrazada, más bien la llevabas envuelta, protegida de todos los males. Del lado izquierdo la tomabas por el hombro, del lado derecho, por la cintura. Tenías la mano apoyada sobre la barriga de Celia. El embarazo era evidente pero vos no habías dicho nada. De pronto estabas ahí enfrente. Detrás de ella me miraste con ojos tristes. Yo tenía la tristeza en el corazón. Santiago me pasó el brazo por encima del hombro. Me dí vuelta, volví a los chistes. La música que venía de adentro del boliche pareció desaparecer, junto con las voces, las risas, los rostros. Todo se alejó. De repente estaba aislada en un rincón de mi cabeza, tratando de desaparecer. Santiago me preguntó algo. Volví al ruido.
Lo miré. Nos abrazamos otra vez. Entramos al boliche. La música estaba buena. Y todo siguió.
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