martes, 12 de abril de 2011

Bajando la cuesta


Otro sabado de tarde, silencioso y asfixiante. Manuel está tirado en el sillón mirando Star Wars como si no hubieran pasado más de treinta años desde que se fascinó por primera vez con Luc Skywalker en la matiné del cine Maturana. Y cuando veinte años después, fue al estreno el Episodio I se sentía de nuevo como esperando a Papá Noel, y por más que había visto las películas decenas de veces seguía encontrando nuevas lecturas a la filosofía de los Jedi, a los conflictos entre el bien y el mal, entre el Imperio y la República, aunque se sabía los diálogos de memoria.
Nunca se le ocurrió ser director de cine porque en la época en que iba al liceo eso era algo tan fuera de la vida real como la Estrella de la Muerte. En cambio, decidió ser neurocirujano una noche, y cambió el bachillerato Humanístico por el Biológico. Después volvió a cambiar de idea, un par de meses más adelante. No podía esperar tanto como para estudiar toda una carrera de Medicina, especialización, residencia y todo eso. Ingeniería Robótica parecía más a su medida, pero el bachillerato científico se le volvió insuperable. Entonces empezó un curso de programación en la ORT y uno de operador de radio y al final la vida le pasó por encima.

Ahora mira la tele con la sensación de que se perdió su gran oportunidad por el camino, y esto es lo que le queda. Quería tener una familia con tres hijos pero tuvo tres divorcios. La convivencia con sus mujeres se le descomponía en medio año, siempre terminaba en un campo de batalla, la vida en pareja se le volvía como un paredón de marmol, duro, impenetrable, con ella de un lado y él del otro. Y cada vez que terminaba con una, ya estaba enamorado de otra. Los celos de las mujeres y los ataques de nervios lo ponían de muy mal humor. Culpable, triste. Pero en algún rincón sentía como una caricia al comprobar que el dolor que les causaba era fruto del amor desesperado que ellas le tenían, a pesar de que lo odiaban. Él, en cambio, se reservaba siempre un espacio vacío donde podía escaparse del amor completo de cualquier persona, hombre, mujer, hermano, padres, pero no de su hija.
De su segundo matrimonio tuvo a Micaela. Ahora es la felicidad de su vida, cuando la puede ver. La guerra con su ex continúa sin pausa aunque ya pasaron cuatro años del divorcio.
La nena es igual a la madre pero inocente, dulce. Aunque a veces se le notan los estacazos que la madre le manda a él, enredados en sus palabras infantiles. Micaela lo admira como a un genio, todavía le cree la escena que él se arma, pero también escucha a su madre y de a poco se va apropiando de palabras como perdedor, fracasado, inútil, egoísta, egocéntrico, narcisista.

Manuel odia su empleo de programador en la Intendencia Municipal, pero se justifica pensando que eso le permite tener su otro trabajo. Ama entrar a la cabina de operador y poner la música de la radio: ¨De 16 a 22h, musicaliza Manuel Suarez por FM de la Costa¨. Pero de 8 a 15h es el soporte técnico del área catastro. Esas horas transcurren lentas, opresivas como las paredes grises y el tubo lux que lo rodea. No habla con nadie. Detesta a las gordas de voz aguda y pelo teñido de rojo, de amarillo, que conversan a los gritos mientras clasifican y archivan papeles en la otra punta de la oficina. De vez en cuando cuchichean muy bajito hasta estallar todas en una carcajada gallinácea. Son unas ordinarias, piensa Manuel.

Mañana es domingo, tiene que ir a buscar a Micaela a casa de su ex. La sola idea de tocar el timbre y tener que hablar con ella esas mínimas palabras ríspidas de siempre, le produce ansiedad y desagrado. A veces, cuando tienen algún lío denso pendiente, en general porque ella le reclama más plata para la nena, para la nena dice la guacha de mierda que se compra ropa en el shopping todas las semanas, esas veces prefiere no ver a Micaela ese domingo antes que aguantar a la loca. Pero por suerte mañana piensa ir a buscarla muy tranquilo, mudo y con su mejor cara de asco para su ex mujer. Después se irá con la nena a buscar al abuelo, para ir caminando hasta la pista de patín, sin llegar hasta el parque porque con los juegos eléctricos termina gastando una fortuna. Después de patinar la va a compar un helado, si ella se lo pide, y cuando ya esté oscureciendo la tendrá que llevar de vuelta con su mamá. Y volverá solo a su apartamento silencioso y frío una semana más, y quizás vea otra vez ¨El retorno del Jedi¨.









3 comentarios:

  1. Excelente cuento.
    Una rutinaria historia de una ciudad muy parecida a la mía.
    Super gris todo.
    Lamentablemente hoy día no es tan preocupante que la vida le pase por encima a algunos hombres por acá. Lo preocupante es que les pase eso a las mujeres.
    Jodido.
    Tamos jodidos.

    Un abrazo

    Nicous

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  2. gracias Nicolás, tu ciudad me parece, es la ciudad de la que vengo yo tamibén ;)

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  3. nunca es tarde para patear el tablero y cambiar lo que se pueda cambiar.

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