lunes, 11 de julio de 2011

Una copa sobre la mesa

Lo primero que veo apenas atravieso la reja cubierta por una enredadera tupida es una  pileta de natación seca, un agujero enorme de piedralaja, filoso, hondo y oscuro, ovalado como un aljibe estirado. Los yuyos le crecen alrededor y está escondida como una trampa salvaje abajo de una palmera enorme. Apenas cruzo el umbral me asquea el  olor a pis de gato que viene del interior de la casa.  Los vidrios rotos y los pedazos de cortina descolorida flamean al viento que se cuela por el living. El color ocre de las paredes descascaradas como una piel de muerto reseco, el olor a humedad vieja que emana la mesa de madera opaca, todavía con el nylon encima para protegerla de peligros fantasmas. El álbum de fotos abierto sobre la mesa con unas imágenes chiquititas y borrosas, en blanco y negro, con bordes de encaje de papel.  Hay una botella de vino evaporado y una copa polvorienta con la borra en el fondo como una cicatriz. Las sillas medio asquerosas de mugre de gato están desarregladas alrededor de la mesa. La cocina angosta y asfixiante con grasa pegada sobre la mesada. El piso de unas baldosas  blancas y negras perdidas bajo la grisura  de la suciedad, y  una puerta de chapa que da al fondo donde se ve el piletón para lavar la ropa. Todos son rastros fantasmas de una vida pasada.


En el armario del dormitorio todavía cuelgan sacos y camisas de las perchas como esqueletos olvidados. La colcha que dejó de ser roja mucho antes del abandono, llena de lascas de yeso caídas del techo.  Una pila de libros amarillentos sigue haciendo equilibrio en una esquina. El espejo sobre la cómoda tiene manchas negras y una rajadura macabra.

La vecina de al lado me sigue contando detalles de la historia mientras caminamos esquivando charcos y telarañas. Que la dueña de casa se sentaba a mirar las fotos con la copa en la mano todas las tardes y así se quedaba hasta la madrugada. Que  llamaba a alguien en sus sueños y se despertaba gritando agitada. Que los gritos se escuchaban perfecto en la casa de al lado, la suya. Que un día ella ya no salió a barrer las hojas de otoño de la vereda ni le abrió al sodero. Que pasaron semanas y después de un mes, una mañana empezó a salir agua por debajo de la puerta principal y entonces los vecinos asustados llamaron a los bomberos. Que la sacaron a la fuerza mientras gritaba ¨¡mi nena!¨. Pero su hija, nadie sabía dónde estaba. Decían que se había ido siguiendo a un amor pero seguro se la habían llevado los milicos. Y después vino el silencio y los gatos.

De las paredes caen unas gotas sospechosas. No llovió recientemente.  Podría ser un caño reventado. Podría ser el dolor que se quedó encerrado ahí. Me dicen que es una buena oportunidad. Que la casa tiene buen terreno, buena orientación. Que con unos cuantos arreglos puede quedar divina.  La hamaca de hierro oxidada  bajo el parral debe haber sido hermosa, alegre y cómoda.  Pero se le pasó su tiempo. No se puede resucitar.

4 comentarios:

  1. que belleza, y aún así, cuanto dolor. "Podría ser el dolor que se quedó encerrado ahí. Me encantó en especial esa imagen

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  2. ¿Sabías que el blog El Señor de Abajo (del escritor Pedro Mairal, entre otros) tiene un link a tu blog?

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