sábado, 15 de agosto de 2009

Alta rotatividad



No veían a Leonardo desde hacía cuatro años. Por eso cualquier cosa que llegara de su parte era reverenciada como un tesoro. Así fue como llegó Pedro, un amigo español, su compañero lavacopas, hijo del dueño del mesón donde Leonardo trabajaba mientras estudiaba Hotelería en Madrid.
Pedrito resultó ser un chico tímido para sus veintialgos, muy suave en sus maneras. Tenía un flequillo negro a lo Paul Mc Cartney, como era lógico en los años ´70. Le dejaron el mejor dormitorio, le organizaban grandes menúes para la cena, un paseo a Punta del Este, al Cabildo de Montevideo. Pero pasaron dos, tres, cuatro semanas, y Pedro no parecía tener apuro en irse de Uruguay. Algo raro había en ese asunto. Algo no cerraba. Hasta que todo cerró. Una tarde, Eladia entró al dormitorio ¨de Pedro¨, a buscar un tapado suyo en el armario. Sin querer, se le cayó una bufanda sobre el bolso de Pedro que estaba guardado allí dentro. Cuando la fue a sacar, sintió un objeto de metal duro, y no pudo resistir la tentación de mirar el contenido del bolso.
-¡Casandra! ¡vení rápido!
-¿Qué es eso? dijo Casandra espantada, mientras Eladia le mostraba un reluciente revólver mezclado entre las medias y los calzoncillos de Pedro.
Las hermanas no podían creer lo que veían, y se les cruzaban toda clase de hipótesis por la mente. Entre mate y mate, asustadas, madre y tía decidieron hacer una llamada urgente a Leonardo. Cuando escucharon la verdadera historia, no sabían si sentirse aliviadas o más asustadas todavía. El tal Pedrito era un escapado de la ultraderecha franquista, en franca caída por esos días.

-Busquémosle un hotel, acá no quiero que se quede más-, le dijo Casandra a Eladia. Apenas se cambiaron de zapatos y se pusieron sus trajes de chaqueta y pollera idénticas, como les gustaba lucirse, y salieron las dos a buscar hoteles baratos por el centro. Decidieron ir a los más alejados de la 18 de julio. Entraron a uno que tenía un zaguán oscuro, algo tapado por los árboles de la calle.

- Buenas tardes, me puede decir la tarifa semanal por favor
- No señora, acá se cobra por horas
- ¿En serio? ¡cómo han cambiado los hoteles en estos años!

Casandra y Eladia salieron del hotel tomadas del brazo, desorientadas y algo indignadas por la situación. Esa noche, Eladia le contó la historia a su hija Elisa, que se rió hasta las lágrimas. Yo escuchaba todo sin entender mucho, mientras jugaba con mi muñeca, pero la risa era contagiosa.

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