jueves, 23 de febrero de 2012

A contraluz




Cuando se miraron a través de la mesa de  reuniones,  a contraluz, fue apenas un segundo que las unió en el deseo: el de Alina, por saber cómo sería tener aquella calma al hablar  y  aquella voz cantarina y esos pómulos redondos, y el de Silvia, quien también cayó en la trampa de la vanidad  por conocer los secretos de la envidia que generaba en esa mujer tan flaca y rubia de aspecto juvenil, que ya no era una nena.
Se conocían desde hacía unos meses  y no tenían una relación de amistad. Era evidente que no la tendrían nunca. En cada palabra que cruzaban había un choque latente, un enfrentamiento en cada café ofrecido por una, rechazado por la otra, por el sólo hecho de no aceptar nada de alguien tan opuesto. Pero esa tarde de principios de otoño, en el cruce de miradas se les cruzó algo más, una intensidad ajena se le instaló a cada una en su interior. No importaba que hubiera otra gente alrededor de la mesa, la lucha interna y secreta iba entre ellas dos y entre sus palabras dichas en medio de frases sutiles y muy calificadas, como para ser oídas por los altos mandos que pululaban en esas reuniones de trabajo.

Pero entonces cuando Alina llegó al estacionamiento oscuro y caluroso, en pleno atardecer,  notó algo raro. Como cuando se estaba por engripar, algo que se estaba cocinando en su interior. Ya era tarde y no tenía planes para esa noche, pero sin embargo no tuvo su habitual ataque de ansiedad. Se subió al auto y arrancó con toda suavidad. El tiempo fluía como un viento de verano a su alrededor.

Cuando se fue de la reunión, Silvia sentía como si una masa de mosquitos invisibles le estuviera atacando las piernas y los brazos. Ya en la calle, empezó a sentir una incomodidad que no podía describir.  Se mordió una uña, y después otra, y un pellejo en el dedo mayor, hasta que el dolor la hizo consciente de sus actos.

Alina llegó a su casa y prendió la luz en medio del silencio que normalmente le exasperaba, pero esta vez se tiró en el sillón tranquila y contenta mientras se sacaba las sandalias. Estaba conforme con su día, y por un rato, con su vida. Algo raro en ella.

Silvia recorrió las góndolas del supermercado como si fueran los autos chocadores y llegó a la caja en tiempo récord, calculando los minutos que necesitaba para completar el ciclo de preparar la cena, bañar niños y lograr que se fueran a dormir.  Esas tareas  que en general delegaba en parte en la mucama de turno, la abrumaban cuando tenía que organizarlas todas y a la vez. Y ahora tenía una chica nueva que apenas sabía prender el horno. Todo el circuito dependía de ella esa noche. Pensó en las mujeres que no tenían a nadie que les lavara los platos después de la cena, jamás. Agotador.

Alina se levantó del sofá después de descansar un rato, casi dormida. Descalza fue hasta su dormitorio y se miró al espejo como de costumbre.  Le pareció verse más redondeada. Será el período que me está por venir, calculó. Incluso sus brazos flacos y huesudos se veían algo más torneados. No me había dado cuenta de que la clase de Ritmos Latinos fuera tan efectiva, pensó, contenta.

Silvia se desvistió después de la ronda intensiva de la noche, revisar tareas, baños y peleas, cena a tiempo para sus tres hijos, marido retrasado como siempre que llegó justo para desordenar la hora de cepillarse los dientes y meterse en la cama. Cuando se estaba poniendo el camisón se miró al espejo y tuvo la sensación de estar cambiada, desmejorada. Inmediatamente se le pasaron mil ideas como un flash, y si era un tumor, cómo se iba a morir y dejar a sus niños justo ahora. Se acostó agitada y no se pudo dormir por un par de horas. Cada vez que consultaba el radio reloj de la mesa de luz se ponía más nerviosa. Al día siguiente necesitaba toda su energía para trabajar y después volver a casa con fuerzas para estar (luchar) con sus hijos un rato.

 A la mañana siguiente, apenas llegó a la oficina, Alina tuvo una llamada de Alvaro, uno de sus jefes. Para consultar unos datos no demasiado relevantes, pero sin embargo, él, tan atento y amable, que se deshacía en elogios para Silvia, y era además muy perceptivo, le preguntó en un tono de confidencia que la sorprendió:

-¿me parece a mí o tu relación con Silvia es un poco tensa?
Alina aprovechó la ocasión:
-no, para nada, socialmente no tenemos problema. Pero me ha pasado ya un par de veces, me ha dicho ¨vos no te metas en esto¨, ¨vos no hagas nada, preguntale a Alvaro¨,  yo entiendo su posición, no quiere que yo tome decisiones...
-no, yo estoy de acuerdo contigo, prefiero tener que agregar algo después, a enterarme que no se hizo...
Algo imperceptible había cambiado. Cuando Alina fue a abrirle la puerta de su oficina, él la saludó tomándola de la cintura y ella se imaginó en una montaña rusa que se frenaba de pronto, ¡ops! y parte de su imaginación salió despedida por el aire, ¿y esto? ¿me está avanzando o es una forma de mostrarme su apoyo? el doble sentido de la metáfora le hizo tanta gracia que tuvo que contener la sonrisa boba.

Con el placard abierto, esa mañana Silvia no se decidía qué conjunto ponerse, todavía hacía calor para el pantalón gris y  chaqueta con blusa de seda. Estudió las polleras que tenía a mano y al final eligió un vestido de hilo color crema con bordados verdes en el escote, muy natural, y unas sandalias de cuero. Esa mañana tenía necesidad de sentirse linda, joven.  A pesar de los embarazos, todavía tenía un buen cuerpo, pero algunas arrugas en la frente, y  el ancho de su cintura, le mostraban el paso del tiempo. Lista para salir, frente al espejo, se miró con una mezcla de placer y melancolía, y se fue a trabajar.

Alina la vio llegar a través de la pared de vidrio de su escritorio, frente al corredor.  La oficina de Silvia estaba en una esquina, toda rodeada de ventanas.

Silvia dobló la cabeza y levantó la mano con elegancia, saludando al pasar.
A los diez minutos  sonó el interno de Alina
-hola Alina, ¿podés venir a mi oficina?
-Voy

Alina sintió una levedad en el estómago, sabía que se enfrentaba a un desafío, aunque la que llevaba las de ganar era Silvia, como siempre. Pero esta vez tenía una confianza nueva.
Entró despacio, cerró con delicadeza extra la puerta de la oficina, controlando todos sus movimientos, para evitar torpezas,
-Hola Silvia, acá estoy
Silvia le dijo aún más delicadamente, para disimular el mal humor,
-hola Alina, sentate por favor. Tengo un mail de Alvaro
consultando por los cambios que sugerís para el área de comunicaciones,  y no entiendo por qué te empeñás en saltearte mi autoridad para resolver temas...
-No es así, yo tuve la oportunidad de comentarle directamente a él estas ideas, esta mañana cuando me consultó por otro tema, simplemente eso. Si te parece bien, lo autorizás vos, y listo.

Se miraban con los ojos algo entornados y apenas de costado, los rostros un poco inclinados hacia abajo, las manos apoyadas sobre la mesa una,  sobre las rodillas, clavándose las uñas, la otra. Vistas de afuera, estaban en posición de combate. La tensión se traslucía en las espaldas rectas. Alvaro vigilaba con el rabillo del ojo, a una oficina de por medio, la de Luis, que por suerte no estaba y no cortaba la vista. Cuando Alina pasó de vuelta por la puerta de su oficina, él se apuró a salir unos segundos después, detrás de ella pero no tanto como para que se notara.  La saludó con su sonrisa empática de corredor, cuando la vio ya ubicada en su sitio, del otro lado del vidrio, pero prefirió no decir nada. Siguió hasta la cocina a buscar un café, y al volver pasó de largo por su propia oficina hasta llegar a la de Silvia. Golpeó apenas y entró con el café en la mano. Se sentía más seguro en terrenos áridos que en valles fértiles. Y por cuestiones jerárquicas, siempre había que cuidar más a los pares, favor contra favor.
Alina lo siguió con la mirada desde su escritorio hasta que lo vio entrar en la oficina de Silvia. El corazón le pegaba en el pecho con fuerza, pero ella inhaló, exhaló, se calmó, se concentró en la pantalla de la computadora, siguió completando su tabla de Excel.
La mañana siguió como siempre. Silvia volvió a salir de su oficina un rato más tarde, elegante, relajada. Pasó por delante del escritorio de Alina, se miraron a través del vidrio. Cada una tenía un secreto sobre la otra, estaban a mano. Ya era la hora del almuerzo. Una hora de libertad.

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