martes, 14 de marzo de 2017

Todo fue un error


(Quiero ser Elena Ferrante escribiendo sobre mi vida). 24 Enero 2017, En alguna esquina  de Rocha, Uruguay

Me despierto con la consciencia de mi vida doméstica y me brota la furia de lo inadecuada que he resultado para la vida. Pensé que con estudiar ya estaba todo resuelto, que el feminismo era algo superado que se daba por descontada la igualdad de géneros, porque en la primaria y en la secundaria siempre las mujeres éramos mejores alumnas que los varones. Recién en la facultad empezaron a aparecer cerebritos varones a mi alrededor que me asombraban y me disgustaban en la comparación. Recién ahí descubrí que había mucha gente con mayor capacidad intelectual que yo.
Pero acá estoy subiendo la escalera con un atado de ropa empapada para lavar, en la casa soñada de la playa que cada noche se convierte en el castillo embrujado en la cima de la montaña, sólo que estamos rodeados de pinos y monte y vuelvo a pensar en la impulsividad para decir sí a un proyecto que parecía el sueño de la vida, la casa propia en la playa. La excusa era que mi cuñada nos debía plata y comprar el terreno era perfecto para reclamar la deuda.

Pero siempre estoy cambiando a mayor velocidad de la que puedo estimar. Diez años estudiando y trabajando en ciencias para tirar todo por la borda cuando nació mi primer hijo, porque descubrí que sólo quería estar con él, y con el hijo que siguió, y con el otro, y que no podía manejar la casa y las agendas infantiles con un trabajo,  y que no soportaba a las empleadas.
Sobre todo no se me ocurrió ver que estaba asumiendo la división de roles de manera definitiva y que eso me iba a ir carcomiendo de a poco de la misma manera que a mi abuela materna cuando se comía las uñas frente al televisor y daba la sensación de que se sentaba ahí  sólo como una excusa para pensar en silencio. Jamás la vi concentrada en ningún programa de televisión.
Cuarenta años soñando con tener una casa en la playa para ver las incomodidades y complicaciones que esto trae, para encontrarme repitiendo los gestos de mi tía y mi abuela paterna cuando organizaban  y mantenían sus casas en la playa. Yo me creía tan inteligente y sin embargo nunca vi venir nada de esto. El trabajo repetitivo, inagotable de tratar de mantener el orden, prepararse para la siguiente comida, no queda un espacio para verdadero relax, se nota en lo poco que leí este verano.
La parte más triste es que como todo lo que viene dado, para mis hijos la casa, la playa, todo es lo más natural y al alcance de la mano y nada de esto los entusiasma en serio. Se lo toman en silencio como una obligación de hijos. No se lo pasan mal pero nadie parece estar en la gloria. El cielo, el bosque y el océano que nos rodean para ellos son nada.
Tenemos la obligación de pasarlo bien. Hemos invertido dinero en nuestro sueño. No nos podemos ir así nomás de la casa, hay que quedarse a disfrutarla aunque cada noche me da un miedo intenso la oscuridad, los sonidos, el vacío, o peor, los sonidos desconocidos. La amenaza fantasma desparece cada mañana cuando sale el sol y todo vuelve a ser increíblemente hermoso.
Y sé que tengo otras doce horas de luz para pasarlo bien, para hacer rendir el día. Un detalle de tantos que me estresan en vacaciones es que mis hijos no tienen la misma idea sobre hacer rendir el día, cada movimiento, levantarse, salir, caminar, volver, lavarse, sentarse a comer, sacarse la mugre de los pies, acostarse, todo es una pelea más o menos civilizada y agotadora.
El aislamiento es otra cosa que me sucedió sin que me diera cuenta. Al principio sí, la primera semana que mi marido se fue de viaje y yo tenía a un bebe de cuatro meses y estaba sola en la casa y no salí a la calle porque hacía frío  y él estaba recientemente operado del corazón y con bronquiolitis o algo por el estilo, llamé a una amiga,  que no era tan amiga, era una chica mayor que yo, que me había guiado en el laboratorio donde hice la tesis de maestría. En esa época todavía creía que tenía amigos nuevos y que podía seguir generando vínculos pero nadie de ese grupo sobrevivió. Yo dejé a algunos y la mayoría me dejaron a mí. Nada se sostiene.  Pasé por varios trabajos y de a poco fui perdiendo la ilusión de crear nuevas amistades, compartir todos los datos de la vida diaria no te hace amigo. Sólo te agota. Después pasé años en la puerta de la escuela, hablando con sucesivas madres, la única ilusión de amistad nueva.
Y acá estoy de nuevo frente al océano, dejé el pasado en el que vivo flotando  y puedo mirar a mi alrededor otra vez. Los amigos del pasado son imágenes de arena, algunos no resisten la menor sacudida, otros se han convertido en una figurita falsa, nos podemos juntar a comer pero el vínculo real desapareció.
Entonces estamos solos en la casa hermosa. No tengo invitados que entretengan a todos, y en el fondo temo que no lo voy a pasar bien con nadie. De todas maneras he intentado invitar gente pero las complicaciones de agenda lo impidieron este verano.  Mis hijos preguntan educadamente cuándo volvemos a Buenos Aires.
El viento de Rocha es una buena excusa para quedarse. La más real en verano.
La familia extendida, los tíos, las primas, gente querida y lejana. Cuando me acerco empiezan las imperfecciones, las mezquindades. La reunión a la que tengo que ir y ya calculo lo que tal piensa de mí, que en realidad cambié tanto que ahora soy peor que todo lo que juzgaba antes, que me muero por ir a Punta del Este y no lo quiero reconocer. Y aún así voy a ir, a poner cara de que está todo bien porque somos familia y es lo poco que hay. Aunque siempre siento que soy la que hace el esfuerzo, por venir, por estar. Tengo deudas con ellas, con sus padres que me invitaban a sus casas, es una deuda impagable, los favores de la infancia, esos que me hicieron crecer de una forma que no hubiera sido posible sin sus aportes.
Y yo sigo cambiando, es cierto, cuando hicimos la casa en punta del diablo deberíamos haberla hecho en José Ignacio que era más cool y se puede alquilar más caro, pero ya necesitábamos estar en punta del este para que mis hijos porteños de colegio bilingüe se encuentren con sus amigos en verano. Todo lo que yo no tuve
Cambio más rápido de lo que puedo manejar. Antes amaba el mundo hippie de Valizas, hasta que tuve dos hijos y la vida sin agua y sin luz me agotó. Pasé a un nivel superior de bohemia hippie chic, punta del diablo, pero ya me queda incómodo también. Me salva que estoy segura de que si hubiera hecho la casa en punta del este, también la odiaría  y pensaría que todo fue un error. Eso podrían poner en mi tumba


2 comentarios:

  1. tanta cosa que decir.
    tantos puntos en común, que habría que sentarse a hablar.
    aunque yo disfruto de la casa que estoy haciendo en solís.
    y ya me fui hace rato del que dirán si...
    abrazo

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  2. encontrarme esta presencia viva en el blog es una sorpresa con gusto a revival, sigamos charlando, te voy a visitar a tu blog

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