jueves, 23 de julio de 2009

¡Platón!


Ya se acababan las clases, Daniel dejaba de ser el profesor de filosofía. La primera vez que revisé el webmail, creo que habían pasado diez minutos desde que le escribí. (1) Eran alrededor de las once de la mañana

Para las nueve de la noche ya estaba perdiendo las esperanzas. Me escapé una vez más a mi escritorio, y apenas moví el mouse, aparecieron las letras negritas y regordetas del mail sin abrir, sin estrenar:

Respiré hondo antes de abrirlo, como para bajar la frecuencia de mis latidos, y las expectativas por su respuesta. Cuando leí el mensaje, me quedé sin palabras, y casi sin aire. La realidad le ganó a mis fantasías.


de: Daniel Fernández Garrido
fecha: 17 de diciembre de 2009, 20:53

Hola Carla
Ya desde la antiguedad las relaciones oníricas fueron consideradas más significativas que las de la vigilia. Contame si averiguas algo en el oráculo... siempre es interesante lo que trasciende la apariencia

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de: Carla Del Campo
fecha: 17 de diciembre de 2009, 10:40

Daniel,
Anoche recibí un mensaje inescrutable, de los dioses. En mi sueño curativo, yo era tu arcilla, y vos, el artesano, que me moldeaba. Voy a consultar al oráculo para descifrar el mensaje. Qué opinás?
Carla




Me contuve para no escribirle nuevamente. La respuesta me había dejado en un estado de euforia y fascinación difíciles de esconder. Sus palabras resonaban en mi cabeza mientras estaba en la cama, en la ducha. A la mañana siguiente, me despertaron sus palabras repicando en mi cabeza. Era el último día de curso, y me tenía que ir a trabajar toda la mañana. Las horas que faltaban para la hora de clase no pasaban más. Después de dudar varias veces sobre si me convenía un look sexy o uno indiferente, me decidí por una musculosa negra escotada y una pollera verde, con sandalias. Discreto, elegante y atrevido. El día no pasaba más. Cada minuto se tomaba su tiempo en dar la vuelta al reloj. Después de siete largas horas de ansiedad y verano anticipado, llegó el momento y salí a la carrera atravesando edificios modernos, encendidos en llamas por los últimos rayos de sol. Llegué más temprano que nunca a la universidad. Saludé con mi mejor sonrisa a los compañeros que tomaban café en la cantina. Mi alegría no coincidía con los 38ªC de sensación térmica adentro del salón, ni con los rostros sudados y exhaustos que me rodeaban. La energía me sobraba. Pero el corazón me latía a lo loco cuando él entró al salón.
El atardecer de diciembre teñía de rosa la pared del aula y el calor del aire, vapor casi saturado, recordaba que éramos demasiados alumnos para un aula tan chica. Yo estaba sentada en la segunda fila. Lo miraba tranquila, pero sabía que mis ojos le pasaban el mensaje

Entramos en el ritmo del repaso final, su voz y la filosofía me conquistaban como siempre. En la pantalla aparecían imágenes de Aristóteles, de Séneca. Era evidente que la clase de hoy no era como las anteriores. Seguro él estaba tan nervioso como yo, debajo de su apariencia. Se notaba que estaba desconcentrado. No pudo terminar la frase más básica de toda la filosofía occidental:
- el mundo de las ideas de...
-¡Platón!, saltó Maxi, el traga inimputable del grupo

Después de dos horas eternas, llegó el final del curso. Ahora era el momento. Yo necesitaba más agua para que no se me pegaran los labios, aunque ya me había tomado una botella entera. Mi voz no quería salir. O eran las palabras que me faltaban. Todos nos despedimos amablemente. Creo que le dije apenas ¨adiós¨. Me quedé en el pasillo, buscando excusas adentro de mi cartera, dejando pasar los minutos, Sentía el golpeteo de mis latidos en el pecho. Podría jurar que se escuchaban resonando en todo el corredor. En realidad no se oía nada. No pasaba nadie más por allí. ¿Dónde estaba Daniel? ¿en la sala de profesores? ¿o se había ido por el ascensor de la otra puerta? La incertidumbre me llenaba de angustia. Salí despacio, agotada por la frustración, empecé a bajar las escaleras. Quedaban algunos compañeros abajo, en la puerta. Deliberaban:
-¿vamos a tomar algo?
-Bueno, pero a dónde

La conversación se fue diluyendo, nos fuimos despidiendo de a poco, hasta que sólo quedamos mi amiga Elina y yo. Sin apuro, caminamos hasta la otra esquina, donde se suponía que nos teníamos que separar. Como suceden en todos los finales, nos aferramos a la última charla. La tarde asfixiante se había convertido en una noche hermosa y tibia, la alegría navideña de la calle no se había extinguido, pero en mi cabeza había estallado la piñata de la ilusión y sólo me quedaba el papel picado de la decepción, y el dolor del golpe al orgullo.

En eso escucho una voz:
- ¡Adios!, buenas vacaciones
Era él. Nos dio un beso cariñoso a cada una, sin decir nada más, y se fue caminando. Dobló hacia la izquierda. La dirección opuesta a la mía. Una ola de calor y silencio me estalló en la cara. No soportaba seguir parada allí, hablando, o esperando el colectivo.
Paré un taxi que pasaba. Elina se sorprendió:
-¿No te vas en colectivo?
-No puedo más, estoy muerta. ¡Felices fiestas!, exhalé con una sonrisa frágil, sin saber cuándo más podía resistir sin llorar.

Apurada, me subí al taxi. Me desparramé en el asiento. Saqué el papel con el mail impreso. Lo volví a mirar una vez más. Las palabras ya no tenían sentido. No decía nada. Eso era todo.

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