domingo, 14 de marzo de 2010

La peor


Otra vez esa fea sensación. La de ser la peor de la clase. Extraña, porque ella en realidad nunca supo lo que era eso, al menos durante la primaria, la secundaria, y aún durante el bachillerato, aunque ahí ya le venía costando física, y el de matemáticas la mandó directo a Febrero. Pero eso era, en el fondo, porque él era comunista, y ella acababa de venir de USA.

Ese tema de ser la peor de lo peor empezó en la facultad, y no terminó nunca más. Fue como una iluminación pero al revés, un día se dio cuenta de que no sólo no era la mejor, sino que era la peor. Ironía
de las buenas.

Cierto que con esfuerzo logró salir del pozo y subió incluso a la luz de sacar buenas notas. Pero ya había anidado en su interior esa nueva consciencia, de que en el fondo, era la peor de todos. O la peor de todos los mejores.

Luego vino la época del trabajo, y nuevamente, los hechos la ponían en el fondo. La mejor de los peores. Cómo pudo crecer en esa equivocación. Producto del ambiente, todos sus compañeros serían pequeños proyectos proletarios, sin estímulo familar, y entonces ella sobresalía simplemente de la mediocridad. Pero al enfrentarse con
los buenos de verdad, la ilusión se terminó para siempre. Esa revelación tan simple, si le hubiera llegado un poco antes, quizás le hubiera ayudado a esforzarse por superar a esos otros mejores, a alcanzar otras metas. Aunque, en su lugar, ella alcanzaba y superaba las mediocres metas educativas que seguro le imponían al pequeño grupo proletario fracasado de antemano.

Entonces llegó el segundo trabajo, una corporación americana donde se premiaba al Empleado del Mes, con una pequeña medalla que se colgaba de la solapa del traje. De a poco todos los mejores la iban adquiriendo, siempre. Con la felicitación de los Managers. Y ella, a la cabeza de los peores, otra vez. Sin la medalla. Entonces decidió que no quería más desafíos, que no quería más eso de ser la mejor de los peores. Mejor no hacer nada más que existir sin conflictos, sin desafíos, dejar transcurrir la vida sin dolores de cabezas por idiotas brillantes que llenaban todos los cuadraditos sin equivocarse. Que jamás cambiaban un 3 por un 8, ni se salteaban una línea de la larga lista de la base de datos. No se equivocaban. Algo que ella no podía entender.

Pero cuando se instaló en el universo de los que no tenían desafíos, para su sorpresa, se sentía peor que antes. Había bajado de categoría a la de incalificable, inoperante. Eso estaba por debajo de los peores, que al fin de cuentas, algo hacían en sus respectivos lugares de trabajo. Y decidió que era hora de volver a ser la peor de las mejores. O la mejor de las peores. Y entonces se convirtió en vendedora de seguros de vida, como le habían aconsejado. No podía fallar.

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